jueves, 10 de marzo de 2011

Las cosas tan buenas me hacen sospechar...

Todos los días, hago el mismo recorrido en bicicleta. En un punto determinado, me toca llegar a una esquina y bajar de la vereda a la calle. Siendo el cordón bastante alto, el golpe diario resultaba especialmente incómodo.
Más de una vez pensé “Qué bueno sería que construyeran en esta esquina una rampa para discapacitados”. De hecho, el otro extremo de la calle tiene rampa, pero, al parecer, quien la planificó tuvo la fantástica idea de que si alguien en silla de ruedas sube por ahí, se quede dando vueltas todo el día en la misma manzana, o vuelva por donde vino. Pero bueno, ya estoy acostumbrada a la desquiciada distribución de rampas para discapacitados que tienen las calles porteñas, así que, por muy sobreejecutado que esté el presupuesto destinado a las calles, no esperaba ninguna mejora.
Hasta que, un día...

Oh!
Esto no pasa, no pasa NUNCA. Jamás de los jamases se hace justo lo que querías, justo donde querías. Algo terrible debe estar por sucederme.